lunes, 31 de agosto de 2015

A flor de piel

Javier Moro es un novelista acostumbrado a revivir en sus obras grandes viajes y aventuras en lugares siempre exóticos y lejanos como la India o Brasil. En esta ocasión nos lleva a través de  su última novela, "A flor de piel", a un viaje épico, de aquellos que sólo podían darse en la época de los grandes barcos a vela, cuando el mundo parecía más ancho de lo que ahora nos hacen ver los viajes aéreos y la navegación por Internet, unos años en los que aún quedaban lugares de la Tierra pendientes de ser descubiertos, eran aquellos unos tiempos en los que uno podía salir de su casa un día, camino del trabajo, y volver a los tres años o, en el peor de los casos, no volver nunca.

Los protagonistas de la aventura que aquí nos ocupan se embarcan en 1803 en la complicada misión de llevar la vacuna de la viruela, la más temible enfermedad de aquellos siglos causa de las mayores mortandades conocidas por la Humanidad, más allá de las fronteras de la península, hasta los confines del imperio español para extender su aplicación por las colonias americanas y hasta las Filipinas. La única manera conocida por entonces de transportar el remedio era mediante personas infectadas, pasando el fluído de una persona vacunada directamente hasta otra antes de que los leves síntomas de la infección causados en el vacunado desaparecieran. Para ello era necesario hacerse con un pasaje formado por niños, huérfanos en su mayoría o bien entregados por sus míseras familias a cambio de una ayuda económica a los que irían infectando con la vacuna para preservar el fluído durante todo el viaje. El cargamento de niños irá acompañado por Isabel Zendal, la principal protagonista de la novela, una valiente y decidida mujer que se ocupará de ellos como si de sus propios hijos se tratara, y viajarán bajo el mando del responsable de la expedición, el doctor Xavier Balmis y su ayudante Josep Salvany con los que realizarán una travesía llena de avatares que les llevará a distintas colonias americanas por mar y tierra y acabando en Filipinas, recorrido a lo largo del cual en general serán recibidos con grandes honores y atendidos por gobernantes deseosos de recibir la vacuna entre su población, pero también en otras muchas ocasiones no serán reconocidos ni respetados como emisarios reales debido a conflictos de intereses, maniobras de los gobernantes de ultramar y otros problemas que harán de lo que debía ser una magna campaña humanística un complicado viaje lleno de sufrimientos y luchas contra los elementos y los hombres.

La figura del rey Carlos IV, promotor y valedor de esta campaña, es representado en la novela como un monarca ilustrado que trata de hacer llegar al pueblo los avances de su siglo, un hombre con buenas intenciones renovadoras pero que debe enfrentarse al derrumbe del imperio, aquel en el que no se ponía el sol, pero que ahora se ve amenazado, no sólo por la invasión de los vecinos franceses, sino por las rebeliones de las colonias que ansían su independencia. Todos estos problemas políticos le obligan a dirigir sus esfuerzos hacia unos temas más acuciantes que los que requerirían sus íntimos intereses de poner su reino a la altura de los estados más modernos y avanzados del continente. De todo esto resulta que la trascendencia de lo que debería haber sido una gran hazaña médica y científica de relieve internacional quedara oscurecida por otros hechos históricos, como bien dice el propio monarca:
"Ha sido una empresa prodigiosa, de la que me honra haber sido valedor. Quizás no sea nunca recordado por ello, porque los hombres recuerdan más fácilmente los hechos de guerra y los comadreos de alcoba que las gestas en favor de la humanidad..."

jueves, 27 de agosto de 2015

El año sin verano


Para despedir este mes de Agosto que ya finaliza, traigo aquí una lectura muy propia de la temporada, no sólo por su título sino por su argumento y ubicación temporal. "El año sin verano", del periodista de televisión y recién estrenado escritor Carlos del Amor, es una novela que tiene muchas cosas positivas que señalarle, para empezar, su lenguaje sencillo y directo, con el tono  natural de un amigo que nos cuenta una historia que realmente le ha ocurrido. Se le nota al autor que tiene soltura con la palabra, aunque en ocasiones resulte demasiado conciso, tal vez, como si quisiera contarnos muchas cosas sin que le podamos culpar de estar enrollándose demasiado, sin querer extenderse de más, cosa que podía haber hecho en alguna ocasión. Gracias a esa frescura tenemos la sensación de que el autor le habla directamente al lector, que nos participa de sus vivencias en aquel verano en que pretendía escribir una novela y que, sin quererlo, se enredó en las vidas de sus vecinos de edificio. 

El arranque del argumento es una fantasía recurrente de todo el mundo, esto es: qué haríamos nosotros si un día se nos permitiera curiosear en la vida de nuestros vecinos, si nos encontráramos en la situación de poder entrar en las casas de quienes comparten con nosotros ascensor y poco más que un saludo cortés al cruzarnos en el portal y descubrir qué secretos esconden tras sus puertas. Esto le ocurre al protagonista de la novela, un escritor que pasa el verano en Madrid tratando de sacar adelante una novela, pero que se embarca en una aventura que le distrae de su objetivo principal. Se congregan así en el relato un buen puñado de personajes a cuyas casas y por consiguiente a cuyas vidas va asomándose el escritor descubriendo dramas y mentiras, pasiones y secretos que durante años han permanecido ocultos. Llevado por la curiosidad el protagonista tratará de reconstruir el pasado de una historia de amor con final trágico y que le llevará a un final que no esperaba. 

He disfrutado mucho con el juego literario en el que nos embarca Carlos del Amor que mezcla con mucha soltura realidad y ficción, donde los datos reales de la vida o el trabajo en la televisión del protagonista de la novela se asemejan sospechosamente a los del propio autor, de modo que nunca sabremos en qué punto exacto se separan la ficción de la biografía. O al menos esa es la impresión que nos queda al leerlo. No diría que es una novela redonda, flojea algo en los diálogos que a veces suenan forzados, me gusta mucho más cuando se centra en la narración o el monólogo que cuando pone a conversar a los personajes. También le echaría en cara el que después de habernos presentado muchas historias de numerosos vecinos acabe centrándose sólo en una sola de ellas, me parece que se queda sin entrar en profundidad en otras historias que merecerían ser conocidas más a fondo, además de que el final resulte un tanto apresurado. Supongo que le ocurre que ha tratado de seguir el consejo de uno de los personajes que le recomienda al escritor protagonista no complicarse demasiado en la trama de su próxima novela:
"No sé, tanta historia cruzada, uno que entra, otro que sale. (...) La gente quiere historias más sencillas, no líes tanto la madeja que nos lías. Espero que tu nuevo libro no esté lleno de cruces"
A pesar de ello está claro que es un autor al que no descarto seguir la pista porque tiene muchas historias que contar y buena pluma para hacerlo,quizás si se lo toma con más calma la próxima vez, sin miedo a ocupar más páginas de las que en principio tuviera planeadas, pueda ofrecernos más de una buena novela.

viernes, 21 de agosto de 2015

El umbral de la eternidad

No sé si será vuestro caso, pero mi época de estudiante la Historia Universal que se veía en el instituto llegaba, con suerte, hasta la II Guerra Mundial; de ahí en adelante era todo demasiado reciente como para haber entrado todavía en los libros de texto. Los años cincuenta y sesenta eran casi presente, aún no habían entrado en los manuales porque sus repercusiones todavía formaban parte de la actualidad informativa que aparecía a diario en los informativos de aquellos años setenta y ochenta: la guerra fría, el muro Berlín, el Pacto de Varsovia, la URSS y sus satélites frente a unos EEUU tratando de imponer la Democracia a su modo por el mundo. Todo lo que ocurría en esos años aún era presente y cada uno lo contaba según le convenía a su bando. Así que no me queda otra que dar las gracias a Ken Follet por haberse lanzado a la aventura de novelar la historia del siglo XX en esta magna trilogía y aproximarnos así a unos acontecimientos históricos, ya desde la perspectiva que dan los años transcurridos, haciéndonos revivir de manera amena nuestra Historia más reciente.

Este fascinante periodo de la segunda mitad del siglo es el escenario temporal que abarca esta tercera entrega de la Trilogía del Siglo, titulada "El umbral de la eternidad". En ella conocemos los hechos históricos desde dentro, desde los núcleos de decisión política, a través de unos jóvenes protagonistas que en distintas partes del mundo ocupan puestos cercanos al poder, desde el ayudante del líder soviético Jruchev, al abogado de color, activista por los derechos civiles, que logra entrar en el gabinete de Bobby Kennedy, los jóvenes alemanes de familia de tradición socialdemócrata atrapados en el Berlín oriental por la construcción del fatídico Muro o aquellos que sueñan con triunfar en la música pop.

Como en las otras dos novelas de la trilogía, los personajes principales son muy numerosos, tanto los ficticios como los históricos, pero a pesar de ello no es difícil seguir las tramas ya que en seguida nos ubicamos en el lugar y el momento de los numerosos hilos que nos van contando la vida de  los personajes, que no sólo se dedican a trabajar sino que también viven, aman, odian, luchan por sus ideales, buscan la libertad o cumplir sus sueños dentro del marco social y político que a cada uno le toca soportar. Junto a los hechos históricos hay mucho de romance, mucha escena de cama, es la época del amor libre, de la liberación sexual de los sesenta en todo su esplendor, porque no todo son los dramas del asesinato de Kennedy o la guerra de Vietnam, la crisis de los misiles de Cuba o las luchas internas del Kremlin; los personajes viven y sobreviven a un tiempo convulso, desde Moscú a San Francisco, vamos pasando de la represión comunista al libertinaje de los hippies, de los avances de los laboristas ingleses a los segregacionistas sureños de América llegando a los años 80 de Jimmy Carter, Reagan, Gorbachov con su perestroika, el polaco Lech Walesa y el histórico sindicato Solidaridad, culminando con la caída del Muro de Berlín.

Mucha Historia con mayúsculas pero vista desde el momento en que ocurre, a pie de calle, con la cotidianeidad de los ciudadanos que vieron suceder los hechos ante sus ojos, contada con la agilidad de la que siempre ha hecho gala Ken Follet, que es capaz de hacer que una novela de más de 1000 páginas no se haga larga ni pesada, que siempre estén pasando cosas, moviéndonos de un escenario a otro, de un protagonista a otro, además de ir cruzando constantemente los hilos narrativos y las vidas de todos ellos, añadiéndole el mérito de que está recreando unos hechos que ya conocemos, que sabemos cómo transcurrirán, pero que se nos presentan cercanos y comprensibles, fundamentalmente porque los contemplamos desde el lado humano de aquellos que participaron en ellos, los padecieron y los superaron. De esta manera brillante cierra por tanto Ken Follet con honores su trilogía de un siglo XX en el que tantas cosas ocurrieron y tantas cosas cambiaron para siempre.

viernes, 14 de agosto de 2015

Volver a Canfranc

Hay temas literarios que no se agotan por mucho que se escriba sobre ellos, por muchas novelas que cada temporada se publiquen reviviéndolos o abordándolos desde nuevas perspectivas, con nuevas historias o personajes, siguen suscitando interés, despertando curiosidad, descubriendo nuevos hechos hasta el momento desconocidos, sorprendentes y emocionantes. Uno de estos temas es la II Guerra Mundial, un clásico entre mis preferencias dentro de la novela histórica a la que tan aficionada soy. Pues esta novela titulada "Volver a Canfranc" y escrita por la castellonense Rosario Raro es una más en esa larga serie de obras de ficción que se basan en la dura realidad que supuso el padecimiento por parte de la población europea de una guerra, acrecentada por la sumisión a un régimen tan brutal como fue el nazi en aquellos países donde se produjo la ocupación, como fue el caso de Francia. Basándose en unos hechos reales, la autora crea una novela emocionante que nos da a conocer a una serie de personajes que hicieron lo que estaba en su mano para luchar contra el sinsentido del nazismo.

El escenario de la novela se sitúa en un paraje que hoy día ya es historia: la actualmente abandonada estación de Canfranc, pueblo fronterizo con Francia en la provincia de Huesca. A pesar de encontrarse geográficamente fuera del territorio de la Francia ocupada, de facto los nazis controlaban este paso de montaña, salida natural hacia la Península Ibérica y, por tanto, posible vía de escapada de aquellos que trataban de huir de la ocupación y del conflicto bélico en Europa a través de la teóricamente neutral España. Pero los alemanes, aún convertidos en gobernantes de Francia, no pueden evitar que muchos miembros de su población e incluso empleados públicos ahora a su servicio no comulguen con sus ideas y con sus planes de exterminio y dominación, Y así ocurre con el responsable de la aduana francesa de la citada estación, Laurent Juste, un hombre íntegro que, bajo el aspecto de fiel cumplidor de las normas alemanas, oculta toda una red que facilita la huida de numerosos judíos y otros perseguidos por el nazismo. Pero Juste no estará solo en su peligrosa tarea, le ayudarán un grupo de personajes valientes y dispuestos a arriesgar sus propias vidas por una misión que consideran más importante que su propia seguridad: la camarera del Hotel Internacional Jana Balerma, el contrabandista Esteve Durandarte, y algunos otros empleados de la estación se confabularán en el mayor de los secretos para facilitar el paso por la frontera de muchas personas, algunos de ellos personajes famosos del arte y el espectáculo pero en su mayoría ciudadanos europeos anónimos que cruzarán Europa hasta Canfranc tratando de encontrar una vida mejor más allá de esa última frontera del Pirineo.

La novela es verdaderamente de fácil lectura, aunque a mí personalmente me ha dado la sensación de que en algunos momentos se volvía un poco lenta y repetitiva, pero de nuevo lograba coger ritmo y por lo general se disfruta prácticamente todo el tiempo con la emoción de la historia, con el magnífico escenario del paisaje montañoso salvaje que rodea la estación, de la propia gran estación monumental y del constante movimiento de pasajeros que alberga junto con su Hotel Internacional, de los diversos y variados personajes, tanto de la administración española, como el odioso gobernador provincial, como de la autoridad alemana, pero, sobre todo con la arriesgada aventura que llevan a cabo los valientes protagonistas.

Vista actual de la estación de Canfr
El valor de la novela se incrementa sin duda al saber que los hechos que cuenta están basados en la hazaña del verdadero jefe de estación de Canfranc, Albert le Lay, miembro activísimo de la Resistencia francesa que ayudó a más de 1.500 judíos a escapar de Francia hacia la libertad por este lugar que hoy día permanece abandonado y que merecería ser recuperado y convertido en símbolo de un pasado que nunca debiera olvidarse.

domingo, 9 de agosto de 2015

Las costumbres nacionales

Me gusta volver de vez en cuando la vista hacia obras clásicas de la literatura, alejarme de la actualidad, de las tramas contemporáneas, del lenguaje de la calle y regresar a esas novelas que reflejan épocas y culturas ya pasadas. Bien cierto es que, analizándolo fríamente, los argumentos en lo que a las relaciones personales se refiere no han cambiado tanto en los últimos siglos: al amor, el odio, la envidia, el triunfo, la codicia, la familia... los motores que mueven al ser humano son siempre los mismos, pero es cierto también que las formas van evolucionando, las costumbres y los modos sociales cambian constantemente, las maneras de actuar de cara a los demás, las buenas formas y las convenciones en las que nos movemos sí que van variando con los años y en una época en la que el "todo vale" es casi un mantra y donde lo correcto es desafiar las normas de urbanidad y saltarse las tradiciones para resultar indiscutiblemente moderno, choca más el volver a asomarnos a una época en la que se juzgaba a las personas por la manera en la que se amoldaban a los hábitos y costumbres generalmente acordadas como correctas y aceptables, donde lo primero para triunfar en sociedad era seguir esas normas y adaptarse a ellas. 

Hace ya muchos años quedé cautivada por la famosa novela de Edith Wharton "La edad de la inocencia", magistralmente adaptada al cine, donde se nos mostraba la rígida estructura social y de costumbres de la antigua Nueva York del siglo XIX, donde las clases altas eran lo más parecido a la nobleza que los americanos hayan conocido nunca. Las familias de más raigambre y tradición se casaban entre ellos y conservaban las tradiciones a través de un complicado sistema de protocolos y hábitos sociales y en definitiva, todo un código de comportamiento lleno de complicaciones y matices que nadie que quisiera pertenecer a esa élite debería desconocer ni desobedecer. En esta otra novela, "Las costumbres nacionales", la autora no se aleja mucho de aquel escenario, si bien en esta ocasión nos presenta en el mismo lugar, en aquel "viejo Nueva York", a una nueva clase social que aspira a ascender a lo más alto del escalafón: se trata de los nuevos ricos, los ciudadanos que, a base de trabajo y riesgo han alcanzado el nivel económico suficiente como para reclamar un lugar entre los más favorecidos, a participar en las reuniones y fiestas, vivir en grandes residencias, veranear en la costa, en fin, imitar el modo de vida de las grandes familias de toda la vida. Pero siempre se encontrarán con el desprecio más o menos oculto de los miembros de las antiguas familias que van viendo disminuir sus fortunas ante el auge de la nueva economía industrial pero conservan intactos su orgullo y sus prejuicios.

En esta ocasión, la autora nos presenta a una protagonista fascinante, muy profundamente retratada, Undine Sprang es una joven caprichosa y ambiciosa, hija de un industrial que ha visto crecer su riqueza rápidamente, se traslada junto con sus padres desde la provinciana ciudad  tejana de Apex City a Nueva York, en parte por expandir los negocios paternos pero sobre todo para asegurar a la hija un buen entorno social que le garantice un casamiento exitoso, a la altura de la fortuna paterna. La vanidosa joven se debate entre las dos clases más sobresalientes de la gran ciudad: la de las familias de tradición y abolengo, la rancia vieja clase con tradición y complejas relaciones familiares y la nueva clase de empresarios adinerados en la que el pasado familiar importa menos que el estado de la cuenta bancaria. Undine sólo quiere ver todos sus caprichos cumplidos: viajar a París y brillar en todas las fiestas, ser admirada por su belleza y comprar todo aquello que se le antoje, pero también desea pertenecer al círculo cerrado de las grandes familias. Pronto descubrirá que el decoro, el estilo y la tradición no le da suficientes satisfacciones ni pagan su nuevo vestuario para cada temporada.

El retrato que de esta protagonista hace la autora es, en ocasiones, despiadado. Nos muestra sin pudor todas sus debilidades, su única pasión por atesorar éxitos sociales. Ni el afecto de su marido, el cariño de sus padres ni siquiera de su propio hijo, le merecen el valor de lo que ella más valora, nada supera su afán de alcanzar lo que ella considera sus máximos logros en la vida: ser reconocida por su belleza y elegancia y recibir su recompensa en forma contante y sonante
 "deseaba (...) recibir abiertamente de la vida los privilegios que merecía por sus dones" 
Sin plantearse en ningún momento que debiera entregar nunca nada a cambio de todo aquello que ella considera merecer, ni tan siquiera amor, respeto o reconocimiento a los que todo estaban dispuestos a entregarle a ella. Cree sinceramente desde su egocentrismo sin límites que la satisfacción de todos sus deseos debe ser la única misión de cuantos la rodean.

La novela es extremadamente detallada en cuanto a los sentimientos de los protagonistas, a las relaciones que entre ellos se establecen, a esa lucha entre lo antiguo y lo moderno, entre tradición y progreso, entre las antiguas familias y los nuevos emprendedores de éxito. Dibuja con maestría los ambientes sociales, destacando las diferencias entre la vieja sociedad de Nueva York y la de los nuevos estados donde prevalece el trabajo y el éxito económico sobre los apellidos y también nos muestra la vida social de los americanos que se trasladan por largas temporadas a las capitales europeas donde disfrutan derrochando y festejando constantemente, lejos de las estrictas normas de su ciudad de origen. Una novela, por tanto, fundamental para adentrarse en la sociedad americana de una época que pasó pero que todavía mantiene la diferencia entre los estados antiguos de la costa Este y su tradición de cuna de la cultura y el buen gusto.

lunes, 3 de agosto de 2015

Los amantes de Hiroshima

Me reencuentro nuevamente en "Los amantes de Hiroshima" con el inspector hispano-argentino Héctor Salgado, del cuerpo de los mossos d'esquadra destinado en Barcelona, en esta tercera entrega de la trilogía policíaca de Toni Hill. Es esta una serie que me ha resultado enormemente entretenida, con unos argumentos intrigantes y con una trama de relaciones personales capaz de despertar mi interés por los personajes e involucrarme en sus conflictos familiares, profesionales y sentimentales. El inspector Salgado es, sin duda, un protagonista que despierta fácilmente la empatía del lector, con sus reflexiones sobre la condición humana, la sociedad actual y las relaciones personales, siempre acertadas y llenas de sinceridad; es éste uno de esos personajes llenos de defectos y debilidades, pero que se hace de querer porque los acepta y los reconoce, porque lo vemos esforzarse en superarse a sí mismo y lograr ser un buen profesional, un buen padre y, en fin, una buena persona.

Volvemos, por tanto, a la Barcelona más actual en este nuevo caso que se inicia a raíz de la aparición de los cadáveres de una pareja de jóvenes cuya desaparición fue denunciada siete años antes. Las extrañas circunstancias y el escenario en que son descubiertos los cuerpos, en una casa abandonada, acostados en posición durmiente y acompañados por una gran cantidad de dinero, llevan a Salgado y su equipo más cercano, Leire Castro y el agente Fort, a iniciar una investigación que les obligará a indagar en las relaciones familiares y de amistad de los asesinados, lo que les acercará a sus compañeros de piso, a su grupo más íntimo de amigos con quienes compartían grupo musical, Los Amantes de Hiroshima que dan título a la novela, además de a un grupo de escritura creativa en el que participaban. Al mismo tiempo vamos asistiendo a la investigación que en paralelo continúa centrando la atención de Salgado: la desaparición de su exesposa, hilo conductor de las tres entregas de la serie que, finalmente, será resuelto aquí, cerrando definitivamente, por tanto, la trilogía.

Comentaba que la trama nos trasladaba a la Barcelona más actual, y es que como fondo del argumento policial nos encontramos con la ciudad condal en los días del estallido del fenómeno del 15-M, las protestas contra el sistema social y político protagonizado por los autodenominados "indignados", escenario que el autor aprovecha para manifestar muchas de las críticas sociales enarboladas por este movimiento, a dejar de manifiesto el desencanto generalizado hacia la clase política, el problema de los deshaucios y del fenómeno "okupa", pero sin que esto llegue a hacer que el libro se convierta en una novela de crítica social, sino que supone el entorno de actualidad en el que se mueven los personajes, y en especial el ambiente de descontento y falta de ilusión por el futuro en que se encuadran los personajes más jóvenes de la historia.

La novela se lee de un tirón, a pesar de que la trama presenta algunas complejidades e historias entrecruzadas, pero siempre se mantiene el hilo de la narración a través de capítulos cortos de ritmo rápido que permite al lector permanecer enganchado a la lectura de principio a fin. Esta es una trilogía que no necesariamente hay que seguir en su orden, es posible leer cualquiera de sus entregas de manera independiente, pero sí que se disfruta más si se sigue la trama desde el principio, asistiendo, no solo al desarrollo del caso central referido, sino que se aprecia la evolución de los protagonistas principales, de sus relaciones personales, de trabajo y sentimentales, además de que es una trilogía muy accesible, ya que las tres novelas son muy atractivas, no demasiado extensas y sobre todo de fácil y entretenida lectura.