lunes, 30 de julio de 2012

El susurro de la caracola

Rara vez me cuesta tanto como en esta ocasión decidir si una novela me ha gustado o no. Normalmente es algo que tengo claro casi desde el principio y si no me gusta estoy deseando acabarla (trato de no dejar nunca un libro sin terminar) pero en este caso con El susurro de la caracola, de Màxim Huerta, tenía una extraña mezcla de sensaciones: por un lado estaba segura de que la cosa prometía, la historia me atraía bastante, pero por otro no estaba disfrutando del libro por el estilo en ocasiones excesivamente almibarado del autor, por las excesivas vueltas que da para describir las cosas dándoles un tono demasiado retorcido. También es cierto que la novela en cuestión  tenía a su favor que no es muy extensa, con lo cual he continuado con su lectura hasta llegar al final, que debo decir que es casi lo mejor y, para mí, lo más sorprendente del libro; tal vez soy muy torpe pero no imaginé en ningún momento el desenlace, que, además, en este caso, a pesar de que la historia empieza por el final, con la protagonista condenada y en la cárcel por no sabemos qué crimen, ni siquiera eso me dió una pista de lo que iba a ocurrir, más bien me desorientó porque yo estaba esperando algo diferente. Lo cierto es que la novela tiene cosas muy buenas, como es el argumento, que me ha resultado atractivo y me ha enganchado, y acaba triunfando con la vuelta de tuerca final, pero el libro no me termina de convencer más bien por el aspecto formal de la escritura: me da la sensación de que el autor ha tratado de resultar demasiado literario, no sé cómo explicarlo pero según iba leyendo notaba el esfuerzo por desarrollar frases bien estructuradas, imágenes poéticas, en fin, no notaba soltura en la escritura, me parecía forzada en muchas ocasiones. Creo que un estilo un poco más llano habría sido más acertado, ya que la historia que cuenta es suficiente para atraer al lector.

Con eso y todo, he seguido adelante con la lectura porque me interesaba saber en qué acababa esa obsesión de la protagonista, de nombre Ángeles, una mujer madura que sobrevive a base de hacer arreglos de ropa y trabajos de manicura y pedicura a sus vecinas de un barrio del extrarradio, al que un buen día se le cruza por delante Marcos, un joven actor que acaba de triunfar con su primera película. Desde la primera vez que Ángeles ve su cara en un enorme cartel en la Gran Vía madrileña no puede hacer más que perseguirlo en secreto y tratar de conocer todo lo posible de su vida personal, rondando por su barrio donde se convierte en una figura habitual y traba contacto con el entorno más cotidiano del actor.

Tengo que decir que me ha gustado más el retrato que el autor hace de Marcos, la forma en que lo presenta como un chico bastante normal a pesar de su repentina fama, que resulta atractivo desde el primer momento y apetece saber de su vida, que la propia protagonista Ángeles, a la que trata de envolver en un halo de misterio que no me llega a convencer, su personalidad es demasiado borrosa, me recordaba a aquella portera de La elegancia del erizo que tan poco me conquistó. En este caso también se nos presenta como una mujer inteligentísima de la que conocemos aspectos de su infancia junto a una abuela que es lo más parecido a un pozo de sabiduría colmado de secretos y una madre dominada por un marido violento, su valentía para huir de su pueblo con un hombre del que se enamora, y todo ello contrasta con su gris situación actual en un barrio triste sin nada que dé sentido a su vida más que su repentina obsesión por Marcos. No he logrado, de este modo, empatizar con la protagonista, cosa que habitualmente ayuda bastante para que te guste un libro.

Eso sí, conociendo como conozco ahora la historia completa, me quedo con la gana de saber si una relectura del libro me mostraría pruebas de que Ángeles ya sabía desde el principio lo que yo sólo he descubierto cuando se me ha presentado ante las narices, si su comportamiento tenía una motivación que yo no he sabido ver y que ella tenía clara desde el principio. Estoy segura de que es así, pero eso supondría tener que leer el libro de nuevo, cosa que no creo que haga. Buscaré por ahí para ver si alguien se ha tomado ese esfuerzo y me ilumina sobre las dudas que me han quedado.

miércoles, 25 de julio de 2012

La abadía de los crímenes

La novela que traigo para comentar hoy, de título “La Abadía de los crímenes” del escritor Antonio Gómez Rufo, nos traslada al año 1229. El rey Jaime I de Aragón se dirige con su comitiva hacia el monasterio leridano de San Benito, a donde ha sido convocado con motivo de una serie de muertes violentas acaecidas entre las novicias, asunto que preocupa seriamente al monarca, ya que en caso de no resolverse prontamente el tema, peligran los abundantes ingresos que el monasterio recauda anualmente en virtud de las rentas y donaciones que recibe, fundamentalmente de las familias de las monjas que allí profesan.

Igualmente, hasta el lugar llega Constanza de Jesús, una religiosa navarra de aguda inteligencia que ha sido comisionada personalmente por el rey para llevar a cabo la investigación sobre los truculentos sucesos. Al rey le acompaña su esposa, la reina Leonor, junto con sus damas, si bien la reina se encuentra en un gran estado de tristeza al saber que su matrimonio está acabado ya que el rey ha solicitado al Papa su anulación y sufre con el desinterés que su esposo muestra por ella. Jaime I se encuentra más interesado en continuar reconquistando territorios a los musulmanes que en atender las necesidades de su esposa; así pretende iniciar la conquista de Mallorca para continuar avanzando posteriormente por el Levante. De este modo, la pareja real permanece en el monasterio durante el tiempo que dura la investigación de los asesinatos.

El relato de los hechos de los que se ocupa la novela ocupan tan solo unos pocos días, si bien la narración va recorriendo los sucesos que se refieren a los distintos personajes, va siguiendo las monótonas actividades de la reina y sus damas, la investigación de Constanza acompañada del rey, la vida cotidiana de las monjas, etc. A pesar de ser una novela ambientada en una época histórica con personajes reales, me da la sensación de que tan sólo aprovecha el contexto como escenario del misterio que centra la trama del libro, pero como novela histórica en sí no acaba de convencerme, diría que la narración está demasiado escorada hacia los asuntos románticos de los personajes regios: en mi opinión, el autor se basa en unos cánones de conducta que se ajustan más a la idea actual de romance que a los hábitos que debían imperar en las relaciones matrimoniales entre miembros de la realeza allá por el siglo XIII donde los intereses políticos y estratégicos habitualmente se anteponían a las apetencias amorosas de los esposos.

Igualmente, pondría algún pero al personaje de la monja Constanza, a la cual, a pesar de su condición de religiosa, se la dibuja como una mujer ingeniosa e irónica, bastante ajena a la piedad que su condición le supone, irritada por los abundantes y frecuentes rezos de sus colegas benedictinas, su comportamiento es más propio de un detective de novela negra que de una mujer del siglo XIII consagrada a la vida sacramentada, no me cuadra esa personalidad tan resuelta y esa actitud casi de rechazo a la vida monástica tratándose del personaje que se trata. Y puestos a poner pegas en lo que a rigor histórico se refiere, y considerando que no suelo ser muy meticulosa en cuanto a la precisión de los datos, incluso cuando leo novelas históricas, en las que me interesa más que la narración sea fluida y el tono adecuado a la época que se describe, además de que no poseo los conocimientos suficientes para poner peros a muchos de los hechos que se afirman en este tipo de libros, tengo, sin embargo que hacer notar un dato concreto: ¿Cuándo llegó el chocolate a España? Sin investigar a fondo, sabemos que nunca antes del descubrimiento de América en 1492, por lo que veo harto difícil que en una de las escenas de la novela un personaje se desayune un tazón de tal bebida. No hay que ser muy purista para ver que este hecho es absolutamente anacrónico.

Al margen de estos aspectos que me han chocado, no querría que la imagen general de la novela quede muy dañada, lo cierto es que mis críticas se refieren básicamente a aspectos que no afectan a la historia que se cuenta que sí que resulta atractiva. Diría que, en general, la novela es entretenida, tal vez más como una lectura veraniega bastante amena que como candidata a figurar entre mis novelas históricas favoritas. De hecho, hay que decir a su favor que la trama se vuelve interesante según se va acercando a la resolución del misterio, la investigación de los crímenes sí que resulta entretenida y que el relato va acrecentando el suspense según avanza la narración, que se sigue con curiosidad hasta llegar al esclarecimiento de los abundantes misterios que se ocultan entre los muros del convento. Diría que no es para recomendar vivamente, pero se deja leer.

jueves, 19 de julio de 2012

La delicadeza

Son tantas las novedades editoriales que se agolpan constantemente en mi inacabable lista de lecturas pendientes que seguro que en más de una ocasión he dejado pasar alguna buena lectura por falta de tiempo o por necesidad de filtrar de algún modo entre la abundante oferta. En este caso, por suerte, aunque con cierto retraso, ha caído en mis manos La Delicadeza, del francés David Foenkinos, esta breve novela publicada el año pasado con enorme éxito entre los lectores y a la que le tenía bastantes ganas y cuya versión cinematográfica ya está rondando las pantallas. Y eso sí que no. De ninguna manera me iba a arriesgar a ver la película antes de leer la novela, que rara vez la versión en imágenes supera la propia versión surgida de la lectura personal.

Así que he tenido el placer de conocer por este medio a Nathalie, la protagonista de la historia, una joven a la que nos encontramos al inicio de la novela y la acompañamos en sus mejores momentos vitales, cuando conoce a François que se convierte en su gran amor y brevemente se nos relata su romance, su feliz matrimonio, el estado de absoluta armonía en el que viven hasta que un día se produce la tragedia de la muerte de François. No desvelo de este modo el fin de la historia, porque es entonces cuando comienza lo que nos cuenta en realidad la novela: la caída de Nathalie en el duelo, el más profundo dolor, la vida que continúa a pesar de que ya nada tiene sentido para ella, cómo Nathalie se centra en el trabajo rodeada de la compasión de sus compañeros y familiares y nada parece hacerla reaccionar. Su jefe, Charles, que está enamorado de ella desde el día que vio su foto en el currículum y decidió contratarla, trata de conquistarla en vano, Nathalie está cerrada a toda posibilidad ya no de volver a enamorarse, sino ni siquiera de albergar sentimiento alguno en su corazón.

Pero lo cierto es que en un determinado momento y sin proponérselo Markus, uno de sus empleados, se cruza en su camino. Es probablemente la última persona en la oficina por la que nadie pudiera sentirse atraído, tal vez el más anodino e insignificante de todas las personas de su entorno, pero el lenguaje del corazón no entiende de apariencias ni de popularidad. Con una sensibilidad extrema, el autor nos va contando cómo se produce el acercamiento entre estas dos personas aparentemente tan alejadas, llenos de dudas, sin nada en común que los una, sin ni siquiera tener ellos mismos intención alguna de que surja nada entre ellos, así y todo van creando una relación peculiar, ajena a todos las normas del amor más convencional, basada en los pequeños detalles, en las circunstancias que rodean a cada momento, la importancia que cada uno da a las cosas y lo que esperan recibir del amor. Ellos mismos se sorprenderán de descubrir que son felices estando juntos, que no necesitan más que el saberse cerca para encontrar la paz sin plantearse más porqués.

El tono del relato es sorprendente, aúna una enorme delicadeza, como el propio título de la novela, una manera sutil de describir los sentimientos absolutamente alejado del romanticismo pero que llega a lo más profundo de las emociones, conjugando todo ello con un humor permanente que quita hierro a las situaciones, nos remite constantemente a la realidad más actual con referencias a hechos o noticias de los últimos años y mantiene un constante acento en lo sensible sin caer en ningún momento en lo sensiblero. Es, en fin, una historia de amor diferente, una relación extraña por imposible, pero que muestra que nadie puede determinar el camino de los sentimientos, ni fijar las leyes de las relaciones. Una novela que supone una apuesta por el amor. Un pequeño tesoro, por tanto, que vale la pena descubrir.

domingo, 15 de julio de 2012

Sangre en la calle del Turco

Puedo decir sin lugar a duda que esta ha sido una de las mejores novelas históricas que he leído últimamente. No conocía hasta ahora al autor, José Calvo Poyato, aunque a posteriori me he informado de que se trata de un profesor de Historia bastante reputado y con varias novelas del género ya publicadas, y el conocimiento de la materia se deja sentir en esta obra titulada Sangre en la calle del Turco, pero además destacaré lo ameno que resulta el relato lleno de datos históricos y de sucesos reales que hacen de esta novela una lectura altamente interesante en su fondo y muy atractiva en la forma en que se cuenta.

Lo que me atrajo en principio para hacerme con el libro fue el argumento, centrado en una época apasionante de la Historia de España de mediados del siglo XIX por ser enormemente convulsa en lo político y lo social y suponer un paso trascendental desde el régimen absolutista hacia la democracia parlamentaria. El autor nos adentra en la sociedad de una época llena de cambios: el inicio de la modernidad, los avances científicos y técnicos, en urbanismo, transportes y grandes cambios en la forma de vida en las ciudades. Junto a estos cambios sociales, la constante agitación política, derivada de las numerosas revoluciones liberales de la época contra las monarquías absolutas, los intensos debates parlamentarios, la creciente influencia de los periódicos en la opinión pública, el surgimiento de los grupos que abogan por implantar el sufragio universal, imponer la idea de la soberanía popular, las grandes figuras políticas del momento, todo un panorama de agitación y cambio que resulta de lo más atractivo.

La acción concreta de la novela se sitúa en el año 1870; tras la revolución Gloriosa y la caída de Isabel II, Serrano ejerce de regente mientras que el general Prim busca candidato al trono fuera de la familia Borbón. Los distintos grupos de interés presionan en uno y otro sentido, los más tradicionalistas frente a los republicanos o los monárquicos moderados contra los absolutistas, todos, de algún modo se oponen a Prim que acabará, como ya se sabe por la Historia, herido de gravedad en un atentado sufrido en la madrileña calle del Turco, lo que acabará con su vida unos días más tarde. La novela nos cuenta las distintas tramas que llevaron a este magnicidio cuya autoría material a día de hoy aún no ha sido desvelada.

El protagonista del relato es Fernando Besora, un joven aspirante a periodista y escritor que llega a Madrid desde Reus para alejarse de los negocios familiares en cuya gestión no está interesado. Gracias a su buena labor, pronto se gana la confianza del director del periódico para el que trabaja, que le anima a continuar por camino del periodismo político y apartarse de la crónica social y de sucesos, lo que le hace dejar de lado la investigación que llevaba a cabo sobre un misterioso crimen cometido en la ciudad y que parece estar relacionado con una secta satánica. Al tiempo que seguimos al protagonista en sus avatares profesionales que lo llevan al mismo corazón del meollo político nacional e internacional, vamos acompañándolo también en su agitado romance con Paloma Azpeitia, que se topa con la oposición de la madre de esta que la ha comprometido con un joven de buena familia con el objeto de que este ventajoso matrimonio las saque a ambas de la complicada situación económica en que se encuentran tras el fallecimiento del padre. Fernando, sin embargo, sospecha que algo turbio se oculta tras la fachada del pretendiente y no ceja en su empeño de aclarar la verdad y conquistar a la joven.

En la novela se mezclan de manera muy acertada la trama romántica con la política, aunque esta última tiene más peso, cosa que me alegra. El retrato de los personajes, tanto los históricos como los de ficción, es muy acertado; sin que suene a clase de Historia se nos ambientan muy bien los escenarios reales, la vida de la calle y los cafés, las luchas políticas y las rivalidades entre los periódicos de cada bando, la miseria del pueblo y la prosperidad de la burguesía, todo sin dejar de engancharnos a las peripecias del protagonista y adentrarnos de su mano en la agitada España de la época. Sin duda, una excelente recomendación para todo tipo de lector, especialmente para el que disfruta reviviendo otras épocas históricas.

martes, 10 de julio de 2012

La hija de Robert Poste

Hay novelas como esta de La hija de Robert Poste, de la autora británica Stella Gibbons que son auténticas sorpresas para los que, como es mi caso, no somos muy aficionados a la comedia, ya que sorprende lo divertida que puede resultar una historia como la que aquí se cuenta desde la más aparente seriedad gracias al mundialmente famoso humor inglés, que es realmente fino y no precisa caer en el chiste ni en la gracieta para lograr su objetivo.

La historia con la que nos encontramos es la de la joven Flora Poste, que a los diecinueve años acaba de perder a sus padres, aunque este hecho no supone un gran drama para ella dada la casi nula relación que la unía a sus padres, teniendo en cuenta que se ha criado en colegios internos para señoritas y que todos los veranos que recuerda los ha pasado en casa de una amiga de la familia, mientras que sus progenitores se dedicaban a su gran afición viajera. Lo cierto es que con cien libras anuales de renta que es lo que le ha quedado de herencia, poco puede hacerse en el Londres cosmopolita que Flora frecuenta, por lo que la joven se instala en casa de su amiga Mary Smiling, una joven viuda acomodada, y planea vivir a costa de alguno de sus numerosos parientes. Mientras decide cuál de ellos será el más conveniente, disfruta de la animada vida social y perfecciona su particular filosofía de vida llena de absurdas teorías sobre el arte de la supervivencia y las buenas maneras.
Una nariz recta es una gran ayuda si una quiere parecer formal.
El tono de la protagonista que se contagia a todo el libro es fresco y desenfadado, lleno de gracia y alegría de vivir, Flora vive al margen los problemas reales del mundo que ni le afectan ni le interesan, ella sólo quiere ser feliz y, si es posible, con el mínimo esfuerzo:
(...) cuando tenga cincuenta y tres años o así, me gustaría escribir una novela tan buena como Persuasión, pero con un aire moderno, por supuesto. Durante los próximos treinta años estaré recabando material para escribirla. Si alguien me pregunta en qué estoy trabajando, le diré: «Estoy recabando material». Nadie puede poner objeciones a eso. Además, será verdad.
Al igual que la protagonista que sueña con convertirse en novelista, la propia autora se define en la presentación de la obra como inexperta aprendiz de escritora. Algunos pasajes están redactados con una enorme profusión de adjetivos melodramáticos e inacabables imágenes bucólicas, con todo el boato del estilo más ampuloso de la literatura victoriana. Trata de remedar, sin duda, el estilo de aquellas novelas que ella misma cita:
(…) la hija de Robert Poste tenía un vivido conocimiento de los embarazos y los partos rurales gracias a la lectura de las obras de algunas novelistas, especialmente de aquéllas que nunca se habían casado. Las descripciones de lo que probablemente les habría acontecido a sus hermanas casadas, y menos afortunadas, solían ocupar cuatro o cinco páginas de letra abigarrada, o bien ocho o nueve páginas en interlineado doble con siete palabras por renglón y abundantes puntos suspensivos.
Gibbons hace, de ese modo, constantes referencias al mundo de la literatura y del periodismo, cita obras reales o inventadas y se burla de los autores consagrados, del cine de arte y ensayo, etc. Además, la mayor parte del conocimiento que Flora tiene de la vida rural o de cualquier otro tema al que se enfrenta están sacados de sus abundantes lecturas muy alejadas de la realidad, por lo que a menudo interpreta el mundo en base a estas ideas preconcebidas que ha aprendido a través de las novelas.

Después de barajar las distintas opciones, Flora se decide por irse a vivir con unos parientes que residen en una poco prometedora granja en Sussex. La relación de la joven sofisticada con sus pintorescos familiares en la granja cochambrosa no puede ser más chocante. En palabras de la propia Flora, parece que es el primer encuentro de los Starkadder con un miembro de la Civilización. Las maneras rudas y las costumbres rurales se topan de frente con la snob y mundana Flora y las situaciones absurdas se suceden. A pesar de las circunstancias adversas, la joven se encuentra decidida a llevar a cabo la tarea de adecentar y ordenar la propiedad y reorganizar a su antojo las vidas de sus habitantes. Desde los estrambóticos nombres de las vacas, hasta el propio nombre de la granja Cold Comfort (algo así como “Flaco consuelo”), pasando por el tono apocalíptico de algunos personajes y sus demenciales diálogos, a lo largo de la novela nos encontramos con algunas escenas de lo más caótico en esta parodia de los novelones clásicos.

El tono constante de humor, mayoritariamente absurdo, llena la lectura de ironías, exageraciones divertidas, y personajes estrafalarios. La novela se lee con una media sonrisa permanente que, en ocasiones incluso se vuelve risa completa ante las rocambolescas situaciones y el gran provecho que saca la autora del contraste entre la sofisticación de Flora y los brutos y medio chalados Starkadder; dos mundos y dos formas de vida completamente ajenas la una de la otra que se topan frente a frente sin que haya más remedio que la cosa termine en conflicto interplanetario… o no.

lunes, 2 de julio de 2012

Si a los tres años no he vuelto

La historia que cuenta Ana Cañil en esta novela con el evocador nombre de Si a los tres años no he vuelto, es verdaderamente dura y sobrecogedora. Al inicio de la misma nos encontramos con el romance entre dos jóvenes de distinta extracción social: Jimena Bartolomé es apenas una niña, la mayor de una familia humilde del pueblo serrano de Rascafría, que trabaja en la posada que su abuela regenta junto al monasterio del Paular, a donde acuden a veranear las familias acomodadas de la capital que pasan allí largas temporadas. En aquel lugar la joven conoce a Luis Masa y ambos se enamoran. Cuando comienza la guerra civil, Luis, educado en la Institución Libre de Enseñanza con criterios liberales, se alista en las filas republicanas contra la opinión de su madre, conservadora acérrima. Tras casarse civilmente, la pareja se instalan en Madrid donde experimentan las durísimas condiciones de vida de la capital asediada por las tropas enemigas hasta su caída final, momento en que Luis debe huir de España para evitar ser perseguido por su condición de comunista y deja a Jimena al cuidado de su hermano menor, Ramón, que ha conseguido hacerse hueco entre los vencedores gracias a sus numerosos contactos.

Cuando Jimena debe instalarse en casa de su suegra, que la desprecia y la ignora, bajo la protección de su cuñado, descubre que se encuentra embarazada. No tienen manera de contactar con Luis para tratar de reunirse con él, y al poco tiempo las influencias de su cuñado no son suficientes para evitar que sea detenida y acabe encarcelada, aunque en ningún momento se la llegue a acusar de cargo alguno. En prisión descubre un terrible panorama de mujeres maltratadas hasta la muerte, violadas y hacinadas en condiciones inhumanas.

A estas alturas de la novela, pasamos a conocer la historia de María Topete, relacionada por lazos familiares con los grandes apellidos de la industria vasca, cercanos al círculo de amistades de la familia real durante sus veraneos en las playas del norte, pero la fortuna de su padre no está a la altura de las jóvenes con las que se relacionan, lo que hace que las hijas Topete no lo tengan fácil a la hora de encontrar marido y varias de ellas opten por profesar como religiosas. Cuando el pretendiente que corteja a María acaba casándose con una chica de mayor fortuna que ella, María abandona toda esperanza de casarse. El estallido de la guerra la hace acabar encarcelada junto con otras mujeres de clase alta y numerosas religiosas, entre las que se encuentran algunas de sus hermanas que logran escapar de España, mientras que ella hallará refugio en la sede diplomática noruega hasta que finalice la guerra. Allí conocerá a Elvira Pérez de Santos, la suegra de Jimena y esa relación será de vital importancia cuando María comience a trabajar como funcionaria en la prisión de mujeres donde Jimena es encerrada.

La novela es bastante dura ya que narra con crueldad las circunstancias extremas que tuvieron que padecer muchas mujeres encerradas en las cárceles franquistas, sin las mínimas condiciones de higiene o salubridad, acompañadas de sus hijos pequeños que morían por hambre y enfermedades. Unos hechos que es importante hacer salir a la luz, teniendo en cuenta que aún viven algunas de las protagonistas de la historia, muchas de las cuales han luchado durante años para que no se olviden las injusticias que con ellas y sus familias se cometieron.

Tengo que hacer una reflexión, sin embargo, sobre el tratamiento de los personajes en la novela: mientras que los protagonistas del bando republicano están retratados con bastante positivismo, se ensalzan numerosas virtudes de fortaleza, convicción política e integridad, en lo que se refiere a los personajes del bando nacional, en particular a María Topete y Elvira, pero en general a todos los demás también, se les describe de manera global como personas insensibles, vengativos, crueles, imbuidos de una tremenda mojigatería y un absoluto sometimiento a la religión, hasta el punto de que cuando aparecen como víctimas de los abusos de los republicanos lo asumen con la satisfacción de ser mártires de la causa católica. No veo equilibrio entre ambas partes. Entiendo que la novela se centra en los protagonistas pertenecientes al bando que perdió la guerra, pero así y todo, aprecio que pasa sobre las penalidades sufridas por el bando nacional, que también las hubo, como de puntillas, sin profundizar en ellas y destacando el resentimiento que estas humillaciones dejan en los supervivientes lo que les llena de ansia de venganza y convierte a todos sus miembros en sádicos insensibles llenos de un enconado odio irracional contra los rojos, aúna como sinónimos catolicismo con fanatismo falangista y apenas se dibuja algún rasgo positivo en el carácter de ninguno de sus miembros, tal vez sólo algo en Ramón Masa, pero que aparece como débil e incapaz de salvar a su cuñada de la cárcel a pesar de su buena intención. ¡Si hasta las monjas son crueles e inhumanas!

Me vale, por tanto, la novela como testimonio de unos hechos terribles, pero con la pega de que se cuentan desde un punto de vista muy escorado hacia uno de los bandos, válido como denuncia absolutamente necesaria de los sufrimientos de aquellos que perdieron la guerra, pero me resulta sorprendente el hecho de que no sea posible encontrar una sola persona buena en el bando de los vencedores, ni una nota de humanidad, ni un personaje ausente de fanatismo entre ellos. No creo que la realidad haya sido tan radical.