lunes, 28 de marzo de 2011

El tiempo entre costuras

¿Queda alguien por ahí que aún no se haya leído “El tiempo entre costuras” de María Dueñas? Lo dudo, pero si fuera así, si resulta que no he sido la última que quedaba en este país por lanzarse a su lectura, permítame un consejo: ¡Tranquilo! ¡No se estrese! No hace falta que tire por alto todo lo que tenga entre manos para ponerse con él inmediatamente. Con ello no quiero que me malinterprete nadie, no digo que no sea un buen libro pero, reconozcámoslo, no es un imprescindible, independientemente de lo que pueda parecer por la avalancha de halagos que ha recibido, sin hablar del tremendo éxito de ventas, desde mi punto de vista no es, en absoluto, tan imprescindible como venía creyendo hasta que, ¡por fin!, lo he leído. Porque este ha sido uno de esos libros con los que te encuentras un tanto presionada “¿No lo has leído? ¿Cómo es posible, a estas alturas? “¡Tú, que lees tanto!” Sí, bueno, sí, algo leo, pero tampoco tengo veinticuatro horas al día para ello y de algún modo tengo que seleccionar. Pero éste estaba en la lista de futuribles desde el verano pasado, como poco. Y, como suele ocurrir cuando se crean muy altas expectativas, pues no me ha fascinado.

Al principio especialmente me resultó un tanto ligero, encontraba poca profundidad en el relato, unas descripciones más bien someras. Daba la sensación de cierta aceleración, como si quisiera contar muchas cosas en poco tiempo. Por suerte, va mejorando según avanza el relato aunque en ningún momento deja de resultarme un tanto distante el punto de vista de la narradora, la propia protagonista, a pesar de estar contando su vida en primera persona no llega a hacerme conectar con ella, detecto cierta frialdad en su relato incluso cuando habla de sus sentimientos más íntimos. Encuentro más logrados otros personajes que la rodean que resultan más cálidos y cercanos: el divertido y snob vecino Félix o la locuaz y castiza Candelaria con sus diálogos llenos de gracia y viveza igual que la despreocupada y extravagante Rosalinda Fox.

Me ha agradado la recreación de ambientes, tanto de la sociedad del exótico Marruecos colonial, con su mezcla de españoles, marroquíes, europeos de todo origen y condición, la relajada actitud de los extranjeros ajenos a la guerra civil frente a la incertidumbre de los españoles por el desenlace de la contienda, como el retrato de la sociedad madrileña de la postguerra donde cohabitan sin rozarse nuevamente los extranjeros con su despreocupada ociosidad y frecuentando los sitios de moda y los nacionales que tratan de reponerse de la recién terminada guerra civil a base de pobreza y racionamiento mientras miran de reojo la nueva contienda europea que amenaza sus fronteras. Dejo algunas citas textuales donde se refleja esta circunstancia:

"En la Nueva España no está bien visto que las señoras salgan solas, ni que fumen, beban o vayan vestidas de manera vistosa. Pero recuerde que usted ya no es española, sino una extranjera procedente de un país un tanto exótico recién llegada a la capital, así que compórtese según ese patrón. Pásese también a menudo por el Ritz, es otro nido de nazis. Y, sobre todo, vaya a Embassy, el salón de té del paseo de la Castellana, ¿lo conoce?"

"Las esposas de los altos cargos del nuevo régimen suelen ser de otro tipo: apenas conocen mundo, son mucho más recatadas, no visten de alta costura, se divierten bastante menos y, por supuesto, no suelen frecuentar Embassy para tomar cócteles de champán antes de comer."

"No me interesaba que me contaran con qué desechos putrefactos llenaban la olla ni si sus hijos andaban tísicos, desnutridos o descalzos. No me preocupaban sus miserables vidas llenas de piojos y sabañones. Yo ya pertenecía a otro mundo: el de las conspiraciones internacionales, los grandes hoteles, las peluquerías de lujo y los cócteles a la hora del apetitivo."

En definitiva, una novela entretenida, fácil de leer, con interesante documentación sobre la época histórica en la cual se encuadra, sin que suene a clase de Historia, a retahíla de datos, fechas y nombres. Los personajes históricos se mezclan con los ficticios con naturalidad. Supongo que lo que menos me ha gustado es el hecho de que tiene cierto aire de serial televisivo en el que la sencilla costurera se adapta perfectamente a codearse con lo más granado de la sociedad, un poco al estilo de Princesa por Sorpresa donde la elegancia natural y el saber estar de la protagonista ocultan sus orígenes humildes y su falta de cultura llegando a convertirse en toda una espía internacional. No me extraña nada que ya se haya rodado la versión para la televisión, tiene todos los mimbres para componer un novelón de sobremesa; no creo que lo siga, aunque tal vez le eche un ojo por la curiosidad de ver trasladada a imágenes una historia leída.

Así que, ya lo saben: en el improbable caso de que quede alguien que aún no la haya leído puede pasar directamente a disfrutarla en la pantalla; no es lo mismo, pero... es una opción.

martes, 22 de marzo de 2011

Cuéntame un cuento 2. El árbol de los deseos

Me parece todo un lujo poder incluir en una sección de recomendaciones de lecturas infantiles la obra de todo un premio Nobel. La cosa verdaderamente tiene su mérito, a ver si alguien se atreve a pensar que los niños no pueden leer libros del más alto nivel literario. Este es el caso de “El Árbol de los Deseos” el único cuento para niños que escribió William Faulkner, ambientado en el sur de los Estados Unidos, como es habitual en este autor norteamericano que en esta ocasión deja de lado el drama psicológico habitual en sus creaciones para el público adulto para recrear un fabuloso viaje imaginario que lleva a la pequeña Dulcie, guiada por el extraño Maurice y en compañía de su hermano Dick, su vecino George y su doncella Alice a descubrir el fantástico árbol de los deseos, gracias al cual todo se puede cumplir, aunque pronto descubrirán que hay que tener cuidado con lo que se desea...

Me parece que este cuento entra perfectamente en la categoría de “Cuéntame un cuento” debido, en principio a su breve extensión que permite contarlo en unos pocos días, no se trata de una novela larga sino de un cuento. Es además pura imaginación, pura inocencia y tiene hasta moraleja, ¿qué hay más clásico en un cuento que todo eso? Empezando por la sencilla dedicatoria del autor, el libro está dirigido precisamente para niños de la edad de Victoria:
Bill, que hizo este libro para su querida amiga Victoria en su octavo cumpleaños
Desde el mismo punto de partida de la historia se da por supuesto que todo es posible, una vez que se entra en el mundo de la magia, siempre y cuando en la víspera de tu cumpleaños cumplas con un sencillo ritual:

Y si la noche de antes (...), te acuestas con el pie izquierdo por delante y le das la vuelta a la almohada antes de dormirte, puede suceder cualquier cosa.

Y eso fue exactamente lo que hizo Dulcie y, a partir de ahí, el resto de la historia y las aventuras que corrieron estos amigos tendréis que descubrirlas cada uno de vosotros en compañía de vuestros niños. Espero que la disfrutéis.

viernes, 11 de marzo de 2011

Nueva York

Creo que he comentado en ocasiones que una de las cosas que más me atrae de la lectura es que me permita viajar en el tiempo y en el espacio, ¡es tan satisfactorio poner a volar la imaginación y seguir el rumbo que marcan las historias que lees y hacer que te lleven a lugares lejanos o tiempos antiguos...! De ahí mi afición a la novela histórica. Y si todo esto, además, hace que te sitúes durante unos días en una de las más apasionantes ciudades del mundo, como es Nueva York, pues ya no hay más que pedir: ¡ese libro me conquista seguro!

Edward Rutherfurd es un escritor del que ya leí hace tiempo su novela “London” que sigue el mismo esquema que esta que ahora comento solo que, lógicamente, referida a la ciudad de Londres. En “Nueva York” realiza una completa crónica de la historia de la ciudad desde sus orígenes holandeses bajo la autoridad británica donde los indios nativos aún ocupaban la península de Manhattan, pasa por la Independencia, la Guerra Civil, los años de las guerras mundiales y la crisis bursátil, hasta llegar al presente más actual que culmina con la caída de las Torres Gemelas. El hilo conductor de todo el relato se estructura en torno a las vidas de una serie de familias cuyos destinos se van entrecruzando a través de los siglos y reflejan fielmente los distintos grupos sociales, los distintos orígenes culturales, étnicos y religiosos que han ido confluyendo en Nueva York a lo largo de su historia y han convertido a esta la ciudad el centro del mundo que conocemos en la actualidad, donde todo es posible, todo se puede encontrar y conseguir.
No hay apenas nada que uno no pueda encontrar en Nueva York
Los miembros de la alta sociedad comparten espacio con los inmigrantes irlandeses e italianos, los albañiles que construyen los grandes rascacielos, las oficinistas que dan los primeros pasos hacia la liberación femenina, los artistas y músicos de jazz, los gángsters y los tiburones de las finanzas... todos pasan por estas páginas codeándose constantemente con personajes históricos reales que constituyeron piezas fundamentales para el avance de la ciudad, como pueden ser George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln, los Astors, Vanderbilts , J.P. Morgan, alcaldes como La Guardia o Rudy Giuliani.

Aunque no estaba muy seguro, Master tenía la impresión de que el edificio Chrysler acababa de superar a la propia torre Eiffel.
Por otra parte, sería algo muy adecuado. Nueva York era el centro del mundo. La Bolsa estaba en pleno auge. Los rascacielos crecían por doquier. Aquél era el espíritu de la época.

La novela tiene un estilo y una ambientación que hace que te sientas trasladado al momento histórico que describe, recrea el crecimiento de la ciudad, la construcción de los grandes edificios, la vida en los diferentes barrios, su organización por nacionalidades, la configuración del mapa humano de los millones de personas que recorren y viven en sus calles. Se aprecia en la lectura la pasión del autor por la ciudad, su concepción de Nueva York como centro del mundo financiero y económico, en sustitución de la antigua supremacía europea, se refleja el orgullo de los norteamericanos de ser una nación que luchó por su libertad y que tiene como objetivo que cualquier ciudadano encuentre la felicidad en su seno, ese ideal que constituye el centro del American Way of Life, tan bonito de enunciar y tan difícil de alcanzar, pero el autor refleja bien este espíritu, más destacable aun teniendo en cuenta que se trata de un escritor británico, nadie lo diría.

Lo cierto es que cuando paseas por las calles de la Gran Manzana y levantas los ojos a lo alto de los rascacielos sientes algo similar a lo que debieron sentir los ciudadanos medievales al entrar en las catedrales góticas: te das cuenta de que Nueva York no es sólo una ciudad grande, sino también una gran ciudad creada por hombres, necesariamente, con grandes aspiraciones y capacidades y entiendes por qué se dice que allí todo es posible. ¿Dónde si no?

lunes, 7 de marzo de 2011

Cuéntame un cuento 1. El Principito

Los que tenemos hijos, y supongo que también los que no los tienen, sabemos lo importante que es para la formación integral de los niños el hábito de contarles cuentos antes de irse a dormir. Este acto cotidiano encierra una multitud de aspectos beneficiosos en los ámbitos afectivos y de comunicación padres-hijos pero destacaría aquí uno que considero fundamental para los asuntos que se suelen tratar en este blog: el despertar temprano del amor por la lectura.

En su más tierna infancia el hecho de leer un cuento a nuestros hijos abre sus mentes al inmenso mundo de la imaginación, les introducimos en escenarios fantásticos, les mostramos otras realidades y les facilitamos ese acercamiento amoroso al texto escrito que pronto estarán deseosos de poder descifrar por sí mismos.

Pero incluso cuando ya son capaces de leer sin problemas, qué sensación tan placentera la de dejarse arrastrar en brazos del sueño al tiempo que escuchamos cómo nos cuentan un relato fabuloso, divertido, misterioso ... porque incluso a los niños que ya tienen diez o doce años les gusta de vez en cuando que les cuenten cuentos.

Pero claro está, llega un momento en que los clásicos (que son magníficos en su mayoría, no lo pongo en duda en ningún momento) se nos quedan cortos. A los niños les gustan siempre, no hay discusión sobre esto, las brujas, las princesas, los gatos con botas, y los enanos siempre son de su agrado, pero somos los mayores los que a veces tenemos ganas de escucharnos contar otras historias, de disfrutar del propio relato al tiempo que se lo leemos a nuestros niños.

Y esta es la razón por la que me pongo manos a la obra para recomendar algunos libros que yo personalmente he leído a mis hijos y con los que hemos disfrutado todos porque hay obras destinadas a los adultos que son estupendos cuentos infantiles, al igual que hay obras esencialmente infantiles que pueden entusiasmar a los mayores. Espero que disfrutéis todos de estas recomendaciones que trataré de ir exponiendo en distintas entradas.

Para empezar quería recomendar un auténtico clásico que me ha encantado desde siempre: El Principito de Antoine de Saint-Exupèry es una obra fundamental, desde mi punto de vista, no tanto como fuente inagotable de citas “new age”, que también, sino por la sencillez en que se expresan los sentimientos, la inocencia del personaje a la hora de enfrentarse con los demás, cómo con un lenguaje sencillo y con simples imágenes se pueden contar cosas tan profundas y tan esenciales y, finalmente pero no por ello menos importante, lo bello del cuento en sí, del fabuloso viaje por la galaxia que culmina en algo tan simple como la búsqueda de un verdadero amigo. Contribuyen necesariamente a la belleza de la obra las ilustraciones originales de autor que son elemento inseparable del texto y recrea ese mundo tan fantástico.

Si sois de los que disfrutaron leyendo este libro en vuestra juventud y estáis convencidos de que “lo esencial es invisible a los ojos”, si descubristeis con él qué era un baobab o cómo adiestrar a un zorro, no dudéis en releérselo a vuestros niños, ya que es uno de los imprescindibles en cualquier biblioteca infantil y juvenil.