viernes, 27 de noviembre de 2009

No tengo tiempo



He descubierto en mis propias carnes que existe una incompatibilidad absoluta entre dos hechos: la crianza un bebé lactante y el gozoso hábito de lectura. Durante toda mi vida y hasta hace un par de meses, cada vez que me encontraba con diez minutos libres, automáticamente, mi primera reacción era abrir un libro, o al menos una revista o cualquier otro papel con letras impresas, lo mismo daba. Pero ya en mi último mes de embarazo comencé a notar que el ansia lectora se reducía: empecé una novela de Andrea Camilleri y antes de la página diez abandoné su lectura: "el dialecto siciliano se me hace algo dificultoso" pensé, y eso que no era la primera obra de este autor que leía en su versión original. La emprendí entonces con Cloud Atlas, de David Mitchell, novela que me atraía bastante a priori por las críticas y comentarios que había visto sobre ella; confieso que a fecha de hoy, casi dos meses después de haber iniciado su lectura, aún no he llegado a la página 50. Y es que ahora, cuando encuentro el más mínimo huequito de tiempo, sólo sueño con echarme a dormir para recuperar las horas de desvelo nocturno (¿hasta cuándo duraba esto de mamar cada cuatro horas, día y noche?) pero lo peor es que en alguna ocasión sí que me decido a abrir el libro pero me pierdo, no me concentro, noto que voy contando las páginas para comprobar que avanzo en el tema, pero es como intentar correr bajo el agua: le pongo interés pero mi atención no da más de sí, de hecho, estoy a punto de abandonar por segunda vez consecutiva un libro sin terminarlo (y eso es algo rarísimo en mí, va en contra de mis principios lectores, anda que no me he leído libros malos hasta el final, incluso haciendo ascos y diciéndome a mí misma: "¡pero qué libro más malo me estoy leyendo!")

Supongo, en cualquier caso, que en algún momento acabará esta "etapa negra" en mi vida de lectora una vez que regulemos las horas de sueño y comidas y volveré a atacar con entusiasmo mi afición favorita, aunque, de todos modos, no me puedo quejar: confieso que todo me lo compensan esos ojillos rasgados que no me canso de mirar y que me cuentan más cosas que cualquier obra maestra de la literatura.